La melancolía de las letras


Todos los días a la misma hora me iba a la cama. Hoy no fue uno de esos días, hoy todo era distinto. Sólo necesita escribir lo que estaba sintiendo en ese momento. Tomé una de las dos únicas copas que había en mi estantería, un libro de Antonio Tabucchi y puse a sonar un disco de Mozart. Después le siguió uno box set completo de Tchaikovsky. Leí un cuento titulado El juego del revés, sorbí la copa de vino y los discos se fueron yendo uno a uno hasta completar los 4 discos por ambos lados.

Claro está que terminé el cuento mucho antes de que comenzara el segundo disco, pero eso me ayudó a recapacitar una cosa respecto a lo que estoy sintiendo en este momento. Me permitió echar a volar la imaginación respecto a lo que yo he identificado como bloqueo del escritor. Llevo un buen tiempo bloqueado, sin poder escribir una historia larga y eso me frustra. Me hace sentir que no voy a poder escribir nada más en lo que me resta de vida. ¿Cuánto tiempo he perdido ya? ¿Dónde están todas esas historias que entreteje mi mente cuando voy en el autobús al trabajo o mientras corro en la caminadora del gimnasio?

He intentado escribir una y otra vez esa historia del hombre lobo que se acopla a su vida normal cada 28 días pero no he podido avanzar de las 10 únicas hojas que ya tengo en borrador. Me han dicho “¡Es una buena historia! Continúa así”, pero no puedo escribir más.

Sin embargo, estos tres elementos me han abierto hoy los ojos. Creo que es como aquel hombre que ha tenido un accidente y queda postrado en silla de ruedas: primero debe aprender a caminar de nuevo antes de correr. Sí, eso es lo que me ha pasado a mí, debo escribir nuevamente pequeñas historias, textos o poesía, ¡Qué sé yo!, antes de si quiera pensar en escribir una novela completa. ¡Roma no se construyó en un día!

Y aquí estoy, escribiendo lo que nace de mi corazón nuevamente, aunque para muchos el corazón solo signifique un músculo más del cuerpo y todo se encuentre albergado en el cerebro; estoy intentando sacar cada palabra de lo que siento verdaderamente. ¿Cómo podría crear un ser entero de la nada sin antes comprender cómo me encuentro ya actualmente? No puedo elucubrar una obra prominente sin antes tropezar un par de veces en un párrafo o una cuartilla de algún texto suelto sin importancia aparente.

Cada pieza cuenta, así como cada tecla forma una gran obra de arte llamada pieza musical salida de las manos de Tchaikovsky y que hoy sólo imitan muchos al interpretar sus ideas. Sí, eso es. No sé de quién ni por qué escuché esa aseveración: Tú no eres una artista si interpretas las piezas de alguien más… serás un artista cuando ejecutes tus propias piezas y sean un éxito.

¿Es esa la base del éxito? ¿Interpretar versus leer las piezas de otros escritores para después ejecutar nuestra propia corriente literaria o sumarnos a una que ya existe? Así es como puede ser que funcionen las cosas.

Hoy por hoy lanzaré una moneda al aire que tengo ahí guardada, en una vieja bolsilla de cuero donde guardo billetes y monedas de otros países. Esta vez será cara o cruz para aventarme sobre el vacío y dejar caer letra tras letra, dictadas por mis dedos, guiados por mis pensamientos y lo que la carga emocional del día, combinada con el vino y un poco de sonido del pasado, puedan liberar sin embalaje.

Hoy fue una frase de Antonio Tabucchi la que guio mi pequeño cerebro a desencadenar todas estas letras: “Para matar a alguien no siempre hace falta darle muerte, a veces basta un gesto”.

Y eso fue lo que sucedió conmigo esta noche: he dado muerte al viejo yo con un gesto, un desdén tan grande que ha rajado el alma para dejar fluir esos sentimientos negativos que mantienen preso a mi yo creativo. ¿Falta muy poco para que la sangre corra lentamente entre los dedos de mi mano y dejen caer la copa de cristal que sostiene con un poco de Malbec en ella o caiga primero el libro que la otra mano sostiene con el dedo índice como separador de una hoja y otra? No lo sé. Así funciona la melancolía de las letras cuando se añora por tanto tiempo escribir y se libera por fin el alma.

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