Perdido en Guanajuato

Una noche me perdí en el Túnel Santa Fe. Fue horrible. Recuerdo bien la noche que esto me sucedió. Hacía mucho frío y el alcohol había hecho lo suyo en mis sentidos.

No había muchas personas en la calle. Al salir de Las Musas tenía que caminar hasta la calle Positos y luego seguir todo derecho hasta llegar a la casa del Sancho. No había manera de perderme.

Sin embargo, la obscuridad de la noche y el efecto del alcohol me llevaron más allá de Positos; me fui de corte por el túnel Santa Fe. Sólo recuerdo el claxon de los vehículos recordándome que debía subirme a la diminuta banqueta.

Y eso hice. Me fui por la angosta banqueta, palpando el frío muro de piedra con el penetrante olor a humedad cortando mis ideas.

Debí haber recorrido algunos metros, entre la obscuridad y el vaivén de los vehículos tocando el claxon y alternando entre altas y bajas, cuando me percaté de que había llegado a una encrucijada.

¿Y ahora qué hago? ¿Hacía dónde le doy? Guiado por mi instinto de supervivencia viré hacia la derecha. En parte por temor de bajarme de la banqueta y también con la confianza de seguir palpando el muro.

Seguí caminando lentamente sin verle el fin al pinche túnel, que ahora sé que se llama Ponciano Aguilar. Nunca se hizo la luz al final del túnel para mí y cada vez eran menos frecuentes los vehículos. Los lapsos a obscuras cada vez eran más largos.

Por un instante dejé mi mente en blanco y cerré los ojos. ¿Qué hacer Fernando Castillo? ¿Que hacer? Lo más racional y lógico en ese momento fue seguir el sentido de los vehículos, así que me di media vuelta para regresar por donde había llegado. En la inmensidad y obscuridad me crucé a la banqueta opuesta y seguí caminando, atendiendo el sentido en el que circulaban los vehículos.

Me dejé llevar guiado por las altas y bajas, y el parpadear de las intermitentes en fila india. Cómicamente hacía más lento mi caminar en medida que los vehículos avanzaban más lento. Seguí caminando por un largo rato, o al menos eso me pareció.

Aún recuerdo la satisfacción que sentí de ver la glorieta frente a mí. Un momento, ¿Una glorieta? ¿Eso no estaba cuando entré ahí. ¿Qué hace ese vagoncito en medio del corro de luces?

¿Qué calle debo tomar ahora? Miré el ir y venir de los vehículos y advertí que frente a mí había una calle por la que todos los vehículos continuaban su curso.

¡Chin chin el teporocho! ¡Vámonos! Había un letrero que decía Museo Momias, Mercado Hidalgo, Javier-Valenciana, Allende e Hidalgo.

Así me seguí todo derecho sin salirme por las calles que le cruzaban hasta llegar a otra glorieta. ¡Rayos! ¿Izquierda o derecha? He ahí el dilema, pensé. Recordé que en la calle del túnel había dado vuelta hacia la derecha y no a la izquierda.Sin pensar dije ¡Izquierda, total, perdido ya estás!

Seguí todo derecho hasta llegar a una intersección más… ¡Y ahora qué! ¿Era seguir derecho por la calle o cruzar el umbral de otro túnel? No me fue muy difícil tomar una decisión.

Me seguí por la calle despejada hasta llegar a un lugar que reconocí al instante. ¡Juro de verdad que miré al cielo y casi lloro! Caminé hasta el pequeño muro de piedra y me senté. No me importó que estuviera helado. Vi por un rato los vehículos desaparecer frente a mí en el túnel entre Manuel Leal y 5 de Mayo.

Estaba justo a unos pasos de la casa del Sancho, mi hotel, y a mis espaldas La Alhóndiga. Hubiera sido perfecto ver y abrazar a alguien para celebrar mi hazaña, pero era tan tarde que sólo había un par de personas lavando con agua y jabón las calles.

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