He escuchado tonterías tan disparatadas como «la fuente de la eterna juventud» y «10 pasos para superar los fracasos».
Primero, los fracasos no se superan, se aprende y se vive con ello. Los fracasos son caídas que marcan los triunfos del mañana, son la cárcel y la única forma de encontrar la libertad es concebirla como un concepto sencillo.
Segundo, nunca te has cuestionado por qué llamamos fracasos a las situaciones que luego llamamos experiencia. Si te quedas ahí sentado o tirado viendo cómo pasa la vida afuera de casa, del coche o de tu oficina, sin hacer nada para solucionar aquello que llamas fracaso, no hay porque llamarlo experiencia.
Sí. Fíjate bien, hay quienes dicen «aprendí la lección, no vuelvo a hacerlo» pero sigue ahí varados en la misma estación de tren. Apuesto a que has escuchado a novios decepcionados que día a día reciben abrazos y los escuchas hablar de la vida que soñaron junto a alguien más; son personas que arrastran los rencores a donde quiera que van, que no superan la realidad que no pudieron tener. Y eso dolerá si buscan otra realidad con otra persona.
Mientras el mundo gira, se quedan esperando que un navío llegue por ellos y los rescate de la isla solitaria en la que se encuentran, de esa playa lejana a la luz de la superación. Se aíslan del mundo, de la civilización, van a ciudades perdidas y así les llega el día menos pensado en la eternidad, deseando alguna vez haber hecho algo para cambiar.
Si no haces nada para cambiar no puedes llamar experiencia a esos fracasos. Sí, esos fracasos que te mantienen esclavizado a un pasado que no existe más, a un presente insípido ausente y a un futuro que no vendrá jamás.
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