Pies en la tierra

De pronto, algo en tu interior te dijo “deja de buscar lo que siempre ha estado ahí frente a tus ojos”. Deja de pensar que alguien más lejos que el sol, siente lo mismo que tú. No existe nadie más que tú y tu ser para estar contento y ser feliz. El amor que antes buscabas siempre estuvo ahí, escondido en un pequeño hueco llamado corazón.

A veces la inmensidad de nuestros sentimientos nos hace sentir vacíos. Duele, lo acepto, pero no hay nada que la oscuridad, al cerrar los ojos, no pueda tranquilizar. De nuevo sientes que transita por tus venas esa hemoglobina que da a cada célula de tu cuerpo vida. Pulso a pulso lleva ser a tu ser, esencia a tu esencia y vida a la vida que crece dentro de ti.

Son sentimientos inexplicables, intangibles y desordenados; de la nada tienes ganas de correr y luego de parar lentamente para ver el sol ocultarse al final del camino, en la orilla de la playa. Volteas detrás de ti, como si recordaras que has olvidado algo. Llevas todos tus músculos al extremo para regresar al inicio de la adrenalina y te dan ganas de gritar sin sentido en la inmensidad de la calle. No lo reprimas, sé libre y aprieta tu corazón sobre tu pecho, golpea tus muslos para que respondan tus preguntas y ganas de correr lejos de la herida.

Ves a tus costados como los ancianos toman su café por las mañanas, como los enamorados discuten sobre la mesa con la cuenta en la mano, decepcionados de lo que han degustado. Los besos lo cambian todo y vuelven a sonreír; sobre su hombro un hombre irrita tu mirada desafiante.

Aprendes de un hombre en llamas que cruza la calle, caído del cielo y miras lento. Detén tu corazón agitado y grita hacia adentro que has ganado.

Lentamente, tu mundo se vuelve oscuro frente a tus ojos y cierras la mirada, como guardando un poco de luz ahí dentro. Esa oscuridad se reduce a 11.75 mm en la mirada de tu interlocutor, puede ser hombre o mujer, según tus preferencias, pero siempre habrá alguien frente a ti, que choca su mirada contra tu frente para evitar verse nervioso; que aprieta sus labios sobre la taza de café mientras deja escapar un poco de aire para liberar tensión sobre tus pies.

Es amor, es amor y está ahí frente a tus ojos. Sentado cuerpo a cuerpo mientras una leve melodía cercena tus oídos pulcros, limpios de Pink Floyd y su carne. Recoges todo y metes el violín en bolsa, ¡Espera! grita una voz en su interior que escapa por sus ojos, “no has perdido”. Arqueas una ceja y regresas a tu silla -sí, ya estabas de pie y no te habías dado cuenta-.

Motocicletas, horrocruxes, valentía, corazón, coraje… palabras vienen a tu mente mientras tu futuro revolotea en el aire. ¡Basta, basta, basta! piensas mientras Jude lo deja inconsciente en la tina del baño, con una nota en la mano: Nueve, uno, uno. Llama si quieres vivir.

¿Qué estoy escribiendo? ¿Qué estoy diciendo? El sentido vuelve a tu cráneo cuando te das cuenta que estás a punto de ser papá y no sabes cómo será la vida después de él; un pequeño esperma que escapó para crear vida dentro de otra vida. Si lo vemos biológicamente, la creación de un nuevo ser es tan asquerosa como la muerte. Sucia, increíble y compenetrada.

Shhhhh, escuchas a lo lejos mientras parpadeas tres veces al tiempo para darte cuenta que has pagado $170 pesos por dos cafés en el centro para saber que ella tiene un retraso y ahora verás por tres en tus quincenas.


Fotografía: Gonzalo Lebrija The Distance Between You and Me (7), lambda print, 2/3 – 58 x 69,5 cm, 2008


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