La Maldición del Conquistador

En los días más oscuros de la Conquista, cuando la gran Tenochtitlán caía bajo el yugo del tirano invasor, un rumor se extendía entre los pueblos como pólvora: las bestias desconocidas, cubiertas de armaduras brillantes y con armas de trueno, eran vistas tanto como dioses como demonios. Estas criaturas mostraban una insaciable avaricia por el oro y una desmedida sed de conocimiento.

Cuauhtémoc, desde lo alto del Templo Mayor, observaba el horizonte, donde columnas de humo anunciaban la destrucción. El aire, cargado con el olor acre de la pólvora y el humo de las piras funerarias, anunciaba el paso de las bestias de piel pálida mucho antes de que las viera con sus propios ojos. Los tlaxcaltecas, antiguos enemigos, ahora aliados de los invasores, marchaban junto a ellos, ansiosos por ver caer a los mexicas.

La vida en Tenochtitlán se volvía cada día más dura. Las mujeres y los niños buscaban desesperadamente alimentos entre las ruinas, mientras los hombres jóvenes, como Cuauhtémoc, eran llamados a defender su hogar. El sonido de las armas de trueno y los gritos de batalla resonaban en el aire, creando una sinfonía de caos y desesperación. La escasez y las enfermedades traídas por los invasores debilitaban a su pueblo, pero Cuauhtémoc no podía permitirse el lujo de la desesperación.

En un pequeño templo escondido en las montañas, un grupo de sacerdotes mexicas custodiaba un tesoro invaluable: un manuscrito lleno de sabiduría ancestral y secretos divinos, la llave del cosmos y lo sagrado. La vida en tiempos de guerra era un constante vaivén entre la esperanza y el miedo, y los sacerdotes sabían que el códice debía ser protegido a toda costa.

Cada noche, bajo la luz de las estrellas, los sacerdotes realizaban rituales para invocar la protección de los dioses. «Huitzilopochtli, escucha nuestras súplicas», cantaban, mientras el aroma del copal impregnaba el aire y los tambores resonaban en las montañas, llenando la atmósfera de misticismo y devoción.

Una noche, bajo la luz de la luna llena, un guerrero se infiltró en el templo. Lleno de dudas y remordimientos, había sido seducido por las promesas de los invasores. Su madre le había advertido sobre la codicia, pero el brillo de los espejos y cuentas de cristal de las bestias llegadas del mar era demasiado tentador. Mientras se deslizaba entre las sombras, las palabras de su madre resonaban en su mente: «No dejes que la codicia endurezca tu corazón como piedra».

Cuando los sacerdotes terminaron su ritual y el templo quedó en silencio, el joven guerrero se movió sigilosamente hacia el altar donde reposaba el manuscrito sagrado. Su corazón latía con fuerza mientras extendía la mano para tomarlo. Al tocarlo, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, como si los dioses mismos lo estuvieran maldiciendo. Con el manuscrito en su poder, huyó del templo, dejando atrás su dignidad. Los sacerdotes, al descubrir la traición, lanzaron una maldición sobre el manuscrito sagrado, asegurando que aquellos que lo poseyeran jamás encontrarían paz y tendrían un oscuro y trágico final.

El códice viajó desde el Nuevo Mundo hasta el Viejo Continente, cambiando de manos muchas veces. En cada lugar donde reposaba, dejaba un rastro de destrucción. Los conquistadores, fascinados por sus misteriosas ilustraciones y símbolos, intentaban descifrar sus secretos, pero solo encontraban confusión y pesadillas. Hernán Cortés, al tenerlo en sus manos, sintió un peso inexplicable en su alma, como si los dioses mexicas lo observaran desde las páginas, condenando su alma.

En España, el códice llegó a manos de un noble que, obsesionado con su contenido, perdió la cordura y su fortuna. Cada nuevo poseedor del códice sembraba discordia y desesperación, sin encontrar paz. Los secretos del manuscrito permanecen  aún ocultos.

Aunque el códice, una vez en Europa, no desencadenó directamente ninguno de los eventos desastrosos que siguieron, su influencia oscura pareció resonar en el continente. A lo largo de los siglos, Europa fue testigo de innumerables tragedias, desde la devastadora Guerra de los Treinta Años hasta la Gran Plaga de Londres, el Gran Incendio de Londres y el catastrófico Terremoto de Lisboa. Las Guerras Napoleónicas, la Primera y la Segunda Guerra Mundial también marcaron la historia con su marea de destrucción y sufrimiento. En cada uno de estos momentos de calamidad, las leyendas del códice encontraron eco en el dolor y la desesperación, sugiriendo que, quizás, el manuscrito había traído consigo una maldición que trascendía fronteras y épocas. La sombra de aquel antiguo conocimiento, atrapado en las páginas del códice, parecía prolongar su influencia más allá de las tierras que una vez conoció, entrelazándose con el destino de aquellos que lo poseían.


Descubre más desde Palabras Prohibidas

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

2 respuestas a “La Maldición del Conquistador”

  1. Avatar de Mochilas y Más

    ¡Qué relato tan envolvente! La manera en que combinas la historia de la Conquista con el misterio del códice y su maldición es fascinante.

    1. Avatar de Fernando Castillo

      Muchas gracias, que bueno que te haya gustado

Deja un comentario

Soy Fernando Castillo

Welcome to Palabras Prohibidas!

This is my little corner in the vastness of the internet—a space where words come alive and turn into windows to the soul. Here, through lines and photographs, I share everything that moves me, inspires me, and makes me feel alive: the poetry hidden in the details, the music that resonates in silence, the stories that haunt us from the darkness of cinema, and the books that whisper in our ears during sleepless nights.

I hope you enjoy this journey filled with love, questions, and discovery.

Welcome aboard!

Let’s connect