En un lienzo interminable que se extiende por el cielo, donde al caer la tarde, el rojo ardiente se derrama como fuego líquido que pinta el paisaje de pasión y misterio, todo se vuelve penumbras mientras las sombras se alzan, devorando lo mundano y lo sagrado. La agonía se desvanece en el horizonte lejano y yo solo me quedo inerte, pensando si renaceré de la muerte en este crepúsculo carmesí.
La calma regresa a mí al tiempo que pequeñas luces titilantes cobran vida gradualmente. Son las luces de la ciudad que, inertes, parecen lamentar su propia fugacidad y existencia, presenciando el ocaso de su hegemonía ante la majestuosidad del firmamento.
Sé que es un instante efímero, pero sumergirme en la contemplación de la belleza y la fugacidad de la vida, me recuerda que incluso en los momentos más oscuros, siempre estás tú, esa chispa de luz que me guía hacia la esperanza.
P.D. Esto es lo que siempre pienso cuando no estás aquí








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