¿Alguna vez reflexionas sobre el viaje de la vida, los inevitables cambios que experimentas y las decisiones que tomas en tu camino?
La vida está repleta de desafíos y transformaciones que, en ocasiones, nos sacuden hasta lo más profundo. En ciertos momentos, debemos mirar de frente nuestras propias experiencias y afrontar decisiones difíciles. Es una batalla constante entre el amor y la adaptación, una danza incesante, como las mareas que suben y bajan sin cesar.
Así resuenan las antiguas palabras de una melódica y apasionante canción que escuché hace años: «Oh, espejo en el cielo, ¿qué es el amor? (…) ¿Puedo navegar a través de las cambiantes mareas del océano? ¿Puedo sobrellevar las estaciones de mi vida?»
El amor, al igual que la vida, evoluciona; esa fuerza que hace latir la cavidad oscura en nuestro pecho, un músculo que no cesa hasta que llega la inevitable conclusión, se transforma a medida que enfrentamos las mareas de la vida. La adaptación y la comprensión de nuestras estaciones personales son cruciales para encontrar significado en nuestras relaciones y experiencias.
No es ningún secreto que siempre he temido la idea de morir, no a la muerte en sí, sino a dejar de existir, a desaparecer y darme cuenta de que ya no estaré en este mundo que ansío conocer por completo. Quizás no sea el temor a la muerte o al acto de morir en sí, sino más bien el miedo a dejar de existir de la forma en que estoy acostumbrado, a dejar atrás la vida que he construido… a dejar atrás a quien amo. A veces, basta con ver que los niños también envejecen, aunque sigan siendo niños… yo mismo estoy envejeciendo en este instante, y ese reconocimiento me llena de agonía y desesperación.
Sin embargo, en nuestro viaje, podemos encontrar la fuerza para enfrentar cualquier marea. La vida es una melodía en constante evolución, y somos los compositores de nuestro propio destino. Siempre hay esperanza en el horizonte, incluso cuando enfrentamos la incertidumbre de lo desconocido.








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