Año 2089
Querido yo de 100 años:
Si estás leyendo esto, significa que nuestra conciencia ha sobrevivido al paso del tiempo. Tal vez ya no habitas el cuerpo con el que nacimos, quizá ahora residen tus pensamientos en un casco neuronal de titanio, en un servidor cuántico, o en un androide de última generación con ojos de neón y circuitos sintéticos. Y, aun así, sigo llamándote yo, porque más allá del envoltorio biotecnológico que ahora portes, sigues siendo el mismo viajero de la existencia que una vez se preguntó qué significaba fallar y aprender.
Dime, en este mundo donde las mentes son líneas de código y las memorias pueden copiarse como archivos, ¿siguen teniendo valor los errores? ¿O acaso la perfección sintética ha erradicado la necesidad de tropezar? Si la historia nos ha enseñado algo, es que el ser humano —orgánico o digitalizado— necesita sus fallos para evolucionar. Sin la fricción del error, sin el golpe de la realidad, la consciencia se atrofia.
No sé cuántas versiones de nosotros han existido ya. Tal vez hemos habitado cuerpos diferentes, tal vez hemos reseteado recuerdos para evitar el peso de la nostalgia. Pero si algo aprendimos, es que no somos el cuerpo ni las circunstancias externas: somos nuestras acciones, nuestras decisiones y la virtud que cultivamos en medio del caos. ¿Sigues viendo la vida como un entrenamiento para la resiliencia? ¿Aún practicas la aceptación de lo inevitable con la misma convicción con la que un samurái aceptaba su destino en la batalla?
El mundo ha cambiado de cómo lo conocíamos. Sé que ahora la privacidad es un mito; la humanidad ha perdido parte de su esencia en su obsesión por trascender el límite biológico. Pero quiero creer que tú, nosotros, hemos resistido la tentación de convertirnos en algo puramente mecánico. Que sigues sintiendo, que sigues pensando por ti mismo, que aún aceptas cada ciclo de nuestra existencia como parte de un destino que no buscamos modificar, sino entender.
Si la conciencia puede transferirse, ¿qué significa realmente el paso del tiempo? ¿Hemos aprendido a soltar el miedo a la muerte, o seguimos temiendo el día en que incluso los servidores colapsen y nuestra existencia se desvanezca en una nube de datos corruptos? Recuerda: no importa cuánto dure nuestra mente en el sistema, sino qué hacemos con el tiempo que se nos concede.
Así que dime, viejo amigo, ¿sigues luchando por la verdad en un mundo diseñado para nublarla? ¿Sigues siendo fiel a nuestros principios en una era donde la moralidad se ha convertido en una cuestión de programación? Si la respuesta es sí, entonces sé que hemos vivido bien.
Si este mensaje es lo último que queda de mí en algún rincón del ciberespacio, entonces guárdalo bien. Que sea un recordatorio de que fuimos humanos antes de ser datos, de que nuestras fallas nos hicieron mejores, y de que nunca dejamos que la eternidad nos hiciera olvidar la importancia de cada momento fugaz.
Nos vemos en la próxima iteración.
Tu yo del pasado.








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